El impacto del dinero y la clase social en el comportamiento humano ha sido un tema de gran interés en las ciencias sociales. En particular, la relación entre los recursos económicos y la prosocialidad —acciones destinadas a beneficiar a otros— ha generado un debate significativo. **¿Las personas con más dinero son más generosas o tienden a ser más egoístas? **
Dos perspectivas teóricas intentan responder esta pregunta: la perspectiva de gestión de riesgos, que sugiere que las personas con menos recursos desarrollan estrategias prosociales para enfrentar adversidades, y la perspectiva de recursos, que argumenta que quienes tienen más dinero pueden permitirse ser más altruistas debido a los menores costos relativos.
Un reciente meta-análisis, que abarcó más de 2.3 millones de participantes, ofrece nueva evidencia sobre esta relación, mostrando que las personas de clase alta tienden a ser ligeramente más prosociales. Este artículo explora estos hallazgos y sus implicaciones sociales.
La relación entre dinero, clase social y prosocialidad
La relación entre el dinero, la clase social y las conductas prosociales ha sido objeto de debate en las ciencias sociales y la psicología. ¿Las personas con mayores recursos tienden a ser más generosas o menos empáticas? A lo largo de los años, se han desarrollado dos perspectivas teóricas principales para explicar esta relación: la perspectiva de gestión de riesgos y la perspectiva de recursos.
La prosocialidad se refiere a las acciones o intenciones que benefician a otros, como donar dinero, ofrecer tiempo como voluntario o ayudar en situaciones cotidianas. Por otro lado, la clase social puede definirse tanto de manera objetiva (ingresos, nivel educativo, prestigio ocupacional) como subjetiva (percepción personal del estatus). Estas dimensiones son fundamentales para entender cómo las personas interactúan con su entorno y con los demás.
Según la perspectiva de gestión de riesgos, las personas de clases sociales más bajas tienden a desarrollar estrategias prosociales como una forma de adaptarse a entornos más inseguros y amenazantes. La cooperación y el altruismo les permiten construir redes interdependientes que funcionan como mecanismos de apoyo mutuo frente a adversidades. Sin embargo, esta tendencia no siempre se traduce en comportamientos prosociales universales. La ayuda puede estar dirigida principalmente hacia miembros cercanos del grupo o la comunidad, lo que limita su alcance hacia extraños o contextos más amplios.
En contraste, la perspectiva de recursos argumenta que las personas con mayores ingresos tienen más capacidad para actuar de manera prosocial porque los costos asociados son relativamente bajos para ellas. Por ejemplo, donar dinero representa un sacrificio menor para alguien con altos ingresos en comparación con alguien que lucha por cubrir sus necesidades básicas. Además, los individuos con mayor educación tienden a participar más en actividades voluntarias y donaciones formales debido a valores aprendidos y una mayor exposición a oportunidades para ayudar.
A pesar de estas teorías, los estudios han arrojado resultados mixtos sobre la relación entre clase social y prosocialidad. Algunas investigaciones sugieren que las personas de clases altas son menos empáticas y más propensas a comportarse egoístamente, mientras que otros estudios indican lo contrario: las personas con mayores recursos tienden a ser más generosas. Además, hay evidencia que muestra que la clase social podría no estar relacionada directamente con la prosocialidad en absoluto.
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Hallazgos recientes: ¿Quién es más prosocial?
Un meta-análisis reciente, que abarcó 471 estudios y más de 2.3 millones de participantes en 60 sociedades, arrojó luz sobre la relación entre clase social y prosocialidad. Los resultados respaldaron la perspectiva de recursos, mostrando que las personas de clase alta tienden a ser ligeramente más prosociales que las de clases bajas. Este hallazgo desafía la percepción común de que los individuos con mayores recursos son menos altruistas y egoístas.
Diferencias clave en prosocialidad
El análisis distinguió entre dos tipos de prosocialidad. Por un lado, la prosocialidad intencional demuestra intenciones o actitudes hacia ayudar a otros sin compromiso real de recursos. Aquí, las diferencias entre clases sociales fueron menores. Por otro, la prosocialidad conductual se vincula con comportamientos concretos que implican costos materiales o no materiales, como donaciones o voluntariado. En este caso, las personas de clase alta mostraron un nivel más alto de prosocialidad.
Además, se encontró que el contexto influye significativamente en las conductas prosociales. En situaciones públicas, donde el comportamiento es visible para otros, las personas de clase alta tienden a ser más generosas. En contextos privados, esta diferencia desaparece.
El efecto de la clase social sobre la prosocialidad no varió significativamente según variables socioculturales como desigualdad económica, religiosidad o normas culturales estrictas. Sin embargo, algunos factores metodológicos y demográficos sí influyeron. Tanto los indicadores objetivos (ingresos, educación) como los subjetivos (percepción del estatus) mostraron asociaciones similares con la prosocialidad. Además, la relación positiva entre clase social y prosocialidad fue consistente en niños, adolescentes y adultos. Por último, las conductas diarias (como donaciones reales) mostraron una relación más fuerte con la clase social que aquellas medidas en laboratorios.
Estos resultados sugieren que el acceso a recursos permite a las personas de clase alta asumir costos asociados con comportamientos prosociales. Sin embargo, esto no implica que las personas de clases bajas carezcan de empatía o altruismo; más bien, enfrentan mayores barreras para actuar debido al costo relativo más alto que implica ayudar a otros.
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Dinero y antisocialidad: ¿qué hay detrás?
La relación entre el dinero y las conductas antisociales es un tema complejo que ha generado múltiples interpretaciones. Aunque el meta-análisis reciente sugiere que las personas de clase alta son ligeramente más prosociales, también se han identificado factores que podrían explicar por qué las personas con menos recursos a veces parecen menos inclinadas a comportarse de manera altruista o incluso muestran comportamientos antisociales. Esto no necesariamente implica una falta de empatía, sino que refleja las limitaciones estructurales y psicológicas que enfrentan.
El costo relativo de la prosocialidad
Una de las razones clave por las que las personas de clase baja pueden parecer menos prosociales es el costo relativo asociado con ayudar a otros. Para alguien con recursos limitados, donar dinero o tiempo puede representar un sacrificio significativo, lo que los lleva a priorizar sus propias necesidades inmediatas. Este fenómeno está respaldado por la teoría de recursos, que argumenta que cuanto mayores son los recursos disponibles, menor es el costo percibido de actuar de manera altruista. Por ejemplo, mientras una donación pequeña puede ser insignificante para alguien con altos ingresos, para una persona con bajos ingresos puede representar una parte considerable de su presupuesto.
Privación relativa y conductas antisociales
Otro factor importante es la privación relativa, es decir, la percepción de estar en desventaja en comparación con otros. Este sentimiento puede generar frustración, resentimiento e incluso comportamientos antisociales, como la agresión o la falta de cooperación. Estudios previos han demostrado que las personas que se sienten privadas en términos relativos pueden ser menos propensas a actuar altruistamente y más propensas a priorizar sus propios intereses para compensar su aparente desventaja.
Impacto del contexto sociocultural
El entorno sociocultural también juega un papel crucial en cómo se manifiestan estas dinámicas. En sociedades con altos niveles de desigualdad económica, las divisiones entre clases sociales pueden exacerbar los sentimientos de desconfianza y competencia, reduciendo la probabilidad de comportamientos cooperativos entre estratos sociales.
Normas culturales y religiosidad
Las normas culturales y la religiosidad también influyen en los niveles de prosocialidad y antisocialidad. En sociedades más religiosas o con normas culturales estrictas (culturas “ajustadas”), las personas tienden a comportarse de manera más cooperativa debido al temor al castigo social o divino. Sin embargo, este efecto puede ser menor en contextos donde las normas son más laxas (culturas “permisivas”).
Implicaciones prácticas y preguntas abiertas
Los hallazgos sobre la relación entre el dinero, la clase social y las conductas prosociales tienen importantes implicaciones prácticas y plantean nuevas preguntas para futuras investigaciones. Comprender estas dinámicas puede ser clave para diseñar políticas públicas y estrategias que fomenten una mayor cooperación y altruismo en la sociedad.
Las personas de clases sociales más bajas enfrentan mayores costos relativos al actuar de manera prosocial. Por lo tanto, políticas que reduzcan estas barreras, como incentivos fiscales para donaciones o programas de voluntariado accesibles, podrían fomentar comportamientos prosociales en estos grupos.
La educación emergió como un predictor consistente de conductas prosociales. Esto sugiere que invertir en educación no solo mejora las oportunidades económicas, sino que también fomenta valores prosociales a largo plazo.
Las intervenciones deben considerar el contexto público o privado, ya que las personas de clases altas tienden a ser más generosas en situaciones públicas. Esto podría aprovecharse para promover campañas visibles que inspiren donaciones o voluntariado.
Conclusiones
Rn definitiva, el estudio sugiere que las personas de clase alta tienden a ser ligeramente más prosociales, especialmente en comportamientos que implican costos materiales. Este hallazgo apoya la perspectiva de recursos, destacando que los mayores recursos reducen los costos relativos de ayudar a otros. Sin embargo, las barreras estructurales enfrentadas por las clases bajas limitan su capacidad para actuar prosocialmente, pese a su empatía. Estas dinámicas subrayan la importancia de diseñar políticas que promuevan la cooperación y reduzcan desigualdades económicas.


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